sábado, 13 de noviembre de 2010

ZP, crisol de culturas


De la Alianza de Civilizaciones se cachondea hasta el embalsamado Lenin. Permítanme, pues, que por una vez descienda del Olimpo literario a este subgénero y clave mi puya en carne tan blanda, que a todos nos gusta divertirnos un poco.

Los tediosos detalles de la unión civilizadora pueden buscarse -buscarse, sí, pero dudo que los encuentren- en su página web, pnac.es, que tiene versión en inglés y todo, unaoc.org. Su objetivo no se ha redactado con claridad, todo son circunloquios, pero se entiende que pretenden que los países occidentales y los musulmanes nos llevemos mejor, aunque esto era de por sí tarea de la ONU. Hay quisquillosos y criticones que dicen que ni es alianza ni es entre civilizaciones.
Los gastos los pagamos en su mayor parte usted y yo, España. ¿A cuánto ascienden? El gobierno dice que hasta ahora cuatro millones de euros, aunque no me salen las cuentas. Por ejemplo el primer Foro, celebrado en Madrid, costó 2,6 millones de euros; los famosos carámbanos de colores de la cúpula de Barceló, en Ginebra, salieron por el módico precio de 20,4 millones de euros (3.400 millones de pesetas, en parte pagados por grandes empresas supongo que con cargo a desgravaciones fiscales) y ya veremos quién tiene el valor de sentarse bajo ellos. Lo que vale mantener este organismo ecuménico cada año, invitar a un sinfín de funcionarios de distintos países a reuniones, la elaboración de informes y más informes hueros en cien idiomas, el personal de administración y todo lo que conlleva pueden imaginar que subirá un pico.

Hay muchos países “amigos de la Alianza”, que es el cursi nombre de los socios. Total, figurar les sale gratis y a nada compromete. Pero sólo uno tiene verdadero interés en el asunto, Turquía, y no por la chorradilla aliancera sino como palanca para ingresar en la Unión Europea. Francia y Alemania se resisten, porque el ingreso en la cristiana UE de 75 millones de musulmanes, pobres por más señas, así de una vez, podría desequilibrarnos. España la apoya, más que por intereses estratégicos, concepto que no existe en el magín de nuestros gobernantes, por la cosa del buen rollito.

En resumen, la Alianza de Civilizaciones, la niña bonita del presidente, es un caro envoltorio que contiene la nada. Una esfera perfecta del más puro diamante, vacía por dentro y que en el vacío flota. Sin mácula de sentido práctico ni rugosidad por donde asirla. Un prodigio burocrático que, en verdad, representa la esencia de este gobierno.

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