Viendo el porte de algunos conductores parece que estén a los mandos de una nave interestelar. Pues no. A pesar de la publicidad de los fabricantes, los automóviles actuales son máquinas primitivas, versiones motorizadas del carro de Ben-Hur.
En esencia son cajas con ruedas, que se desplazan sobre una calzada de piedra machacada que tiene obstáculos imprevistos y numerosas curvas. Obtienen la energía quemando petróleo, de cuyo poder calorífico desaprovechan la mayor parte, y expulsan los productos tóxicos a la atmósfera.
Mucho ABS, ESP, GPS y otras virguerías, pero los automóviles todavía se controlan con un sistema de volante, pedales y palanca de freno, como el coche de los Picapiedra. La máquina no tiene un sistema de bloqueo que impida conducir a personas no preparadas o en malas condiciones (ebrias, soñolientas), ni sistemas automáticos de limitación de velocidad acordes con las condiciones de la vía.
Lo peor de todo: semejantes antiguallas permiten ir a velocidades muy superiores a las que serían seguras para su diseño y en consecuencia cada año se matan en la carretera más de un millón de personas.
Y de las motocicletas mejor no hablar. Ingenios en los que hay que guardar el equilibrio, a veces con un pasajero abrazado a la cintura, sin escudo ni protección y a velocidades de 120 km/h y más.
Generaciones futuras se asombrarán de nuestra temeridad.
En esencia son cajas con ruedas, que se desplazan sobre una calzada de piedra machacada que tiene obstáculos imprevistos y numerosas curvas. Obtienen la energía quemando petróleo, de cuyo poder calorífico desaprovechan la mayor parte, y expulsan los productos tóxicos a la atmósfera.
Mucho ABS, ESP, GPS y otras virguerías, pero los automóviles todavía se controlan con un sistema de volante, pedales y palanca de freno, como el coche de los Picapiedra. La máquina no tiene un sistema de bloqueo que impida conducir a personas no preparadas o en malas condiciones (ebrias, soñolientas), ni sistemas automáticos de limitación de velocidad acordes con las condiciones de la vía.
Lo peor de todo: semejantes antiguallas permiten ir a velocidades muy superiores a las que serían seguras para su diseño y en consecuencia cada año se matan en la carretera más de un millón de personas.
Y de las motocicletas mejor no hablar. Ingenios en los que hay que guardar el equilibrio, a veces con un pasajero abrazado a la cintura, sin escudo ni protección y a velocidades de 120 km/h y más.
Generaciones futuras se asombrarán de nuestra temeridad.
Publicado en La Gaceta de Rivas, 72, octubre 2007
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