sábado, 13 de septiembre de 2008

Karlistonia

Karlistonia es un pequeño país del sur de Europa. Tiene colinas cubiertas de prados y costas acantiladas y a simple vista parece un lugar hermoso para vivir. Durante siglos formó parte de un país mayor, que en los últimos decenios había alcanzado una democracia y prosperidad notables y en el que sus regiones gozaban de amplia autonomía para gobernarse.

Sin embargo una parte de sus habitantes, alrededor de la mitad, se empecinaron en conseguir la independencia. Para ello pusieron en práctica la estrategia de que “unos sacudían el árbol y otros recogían las nueces". Es decir, algunos se dedicaban al terrorismo: asesinato de cientos de guardias, militares, policías y otros funcionarios del estado, de sus mujeres e hijos, de los concejales no nacionalistas, en fin, de cualquiera que no fuese de su grupo, o ponían bombas al azar; también secuestraban y extorsionaban. El resto, los partidos nacionalistas legalizados, condenaban los crímenes con la boca pequeña y, a cambio de dar su apoyo en el parlamento estatal, obtenían concesiones cada vez mayores de los grandes partidos de la nación. Así hasta que, cierto día, el gobernador de la región se marcó un farol, declaró la independencia y, ante su asombro, el débil gobierno central no supo qué hacer. Como era de prever, al punto la rama militar se hizo con el poder, purgó sus propias filas nacionalistas y extendió sobre el país un negro manto de miedo.

Los karlistonios (y karlistonias, como les gusta que los llamen y las llamen) son racistas, retrógrados y muy religiosos. Se rigen por los desvaríos de un iluminado del siglo XIX que, en esencia, consisten en afirmar que son una raza especial, debido a que entre ellos se ha conservado una antigua lengua, y que hay que odiar a muerte a sus antiguos compatriotas. Practican una extraña variedad de cristianismo, en la que los sacerdotes son en extremo indulgentes con los asesinos y fríos como el hielo con las víctimas y sus familiares.

Sus fieros guerreros desprecian tanto a sus enemigos que, por no verles la cara, les atacan por la espalda. Por la misma razón consideran indigno que una bala enemiga haga derramar su sagrada sangre, así que llegada la ocasión de entablar un combate cara a cara se rinden de inmediato.

En Karlistonia no hay libertad de prensa, ni de ninguna otra clase. Lo cual les importa poco porque todos aquellos que querían vivir en libertad emigraron, de grado o por la fuerza, o simplemente fueron eliminados.

Muchos pensaban que una Karlistonia así no podría llegar a existir dentro de Europa. No se acordaban de Alemania y de Serbia. Muchos callaron y muchos consintieron.
Publicado en La Gaceta de Rivas, 73, noviembre 2007

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