Ahora que “este país” vuelve a llamarse España, voy a aprovechar para escribir de una de las pocas instituciones que aún no han pasado por el desguace autonómico: el ejército.
El anterior ministro del ramo repartía medallas como caramelos y pedía a los soldados que por la noche rezasen el Cuatro esquinitas tiene mi cama. Después vino el presidente con la Alianza de Civilizaciones, que descansa en el limbo de la ONU, y ahora se le ha ocurrido al susodicho dedicar más de cuatro mil soldados a bomberos forestales y trabajos similares.
Un coronel retirado decía hace poco que la misión del ejército es, en resumen, ganar la guerra. Siempre ha habido guerras, las hay y, mientras no llegue Utopía, las habrá. Por eso los países que quieren preservar su soberanía y sus libertades tienen ejércitos bien armados, bien entrenados y de un tamaño acorde con sus posibilidades, en nuestro caso mediano tirando a pequeño.
No es cierto que la mayor amenaza para la seguridad de nuestro país, ni para el resto del mundo, sea el terrorismo internacional; ése es un problema policial y social. Nuestra amenaza más directa está donde siempre, en el norte de África. Cuando tengamos un problema en el Estrecho o un aliado nos pida ayuda ¿qué vamos a hacer, enviarles los bomberos? En caso de incendios o inundaciones en nuestro solar patrio por supuesto que podemos echar mano del ejército, sea para abrir cortafuegos o para tender un puente, pero las fuerzas armadas no están para sustituir al difunto ICONA ni a Protección Civil.
Por otro lado, creo que no deberían enviarse militares a las llamadas “misiones de paz”, porque no es su trabajo ni tienen los medios y la formación adecuados. En Afganistán, en Iraq y en tantos otros lugares el problema es el terrorismo, la corrupción y el caos, no un choque entre ejércitos. Lo que hay que mandar son guardias civiles, administradores e ingenieros que ayuden a levantar esos países.
El anterior ministro del ramo repartía medallas como caramelos y pedía a los soldados que por la noche rezasen el Cuatro esquinitas tiene mi cama. Después vino el presidente con la Alianza de Civilizaciones, que descansa en el limbo de la ONU, y ahora se le ha ocurrido al susodicho dedicar más de cuatro mil soldados a bomberos forestales y trabajos similares.
Un coronel retirado decía hace poco que la misión del ejército es, en resumen, ganar la guerra. Siempre ha habido guerras, las hay y, mientras no llegue Utopía, las habrá. Por eso los países que quieren preservar su soberanía y sus libertades tienen ejércitos bien armados, bien entrenados y de un tamaño acorde con sus posibilidades, en nuestro caso mediano tirando a pequeño.
No es cierto que la mayor amenaza para la seguridad de nuestro país, ni para el resto del mundo, sea el terrorismo internacional; ése es un problema policial y social. Nuestra amenaza más directa está donde siempre, en el norte de África. Cuando tengamos un problema en el Estrecho o un aliado nos pida ayuda ¿qué vamos a hacer, enviarles los bomberos? En caso de incendios o inundaciones en nuestro solar patrio por supuesto que podemos echar mano del ejército, sea para abrir cortafuegos o para tender un puente, pero las fuerzas armadas no están para sustituir al difunto ICONA ni a Protección Civil.
Por otro lado, creo que no deberían enviarse militares a las llamadas “misiones de paz”, porque no es su trabajo ni tienen los medios y la formación adecuados. En Afganistán, en Iraq y en tantos otros lugares el problema es el terrorismo, la corrupción y el caos, no un choque entre ejércitos. Lo que hay que mandar son guardias civiles, administradores e ingenieros que ayuden a levantar esos países.
Publicado en La Gaceta de Rivas, 74, diciembre 2007
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